Los bichos no respetan el confinamiento

Mario Quevedo, en Cantabricus
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No se me olvida. Verano, en un lugar de Escandinavia, en la terraza de un café. Se posó en el metro cuadrado de mesa adyacente un carbonero común. Parus major, les decimos a esos pájaros en la lengua común de la nomenclatura taxonómica; aquí y en China. Y aquel carbonero dio cuenta de las miguitas que por allí había, sin prestar mayor atención al voluminoso mamífero próximo. Es verdad que los carboneros comunes son aves bastante descaradas; no obstante, para los que crecimos en una ciudad española la escena no es habitual.

Pocas especies animales se permiten el lujo de acercase a ti. Incluso cuando te pones el conjunto “explorador” para dar un paseo por el campo, los vertebrados se acercan poco; los mamíferos apenas se ven. Durante el periodo extraordinario que vivimos en buena parte del mundo, en forma de pregunta “¿En serio, Antropoceno?”, leemos aquí y allá noticias de avistamientos de fauna salvaje en zonas particularmente pobladas. O al menos en zonas donde no se esperaban. No, los bichos no respetan el confinamiento.

Una posibilidad a tener siempre en cuenta es que no hayan cambiado especialmente los patrones de comportamiento de los animales, y sí los de las personas que ahora los ven. A ver quién se tiraba más de doce horas pendiente de la ventana antes del trance. Dejo aparcada ahí, al lado de las ideas, esa posibilidad.

Hay al menos dos razones por la que los animales pueden dejar de lado la precaución y acercarse a los humanos más de lo habitual. Y no son necesariamente independientes. El hambre es una de ellas, intuitiva pensando en nuestro propio comportamiento. La percepción del riesgo es otra.

¿Por qué nos temen los animales? Esencialmente porque el atrevimiento se paga caro ante las causas de mortalidad a manos del hombre: los más atrevidos mueren primero. Recuerdo aquel experimento en el que los genotipos de peces de crecimiento rápido y comportamiento audaz picaban tres veces más rápido que lentos y tímidos. Y es que las poblaciones de animales no humanos presentan también importantes diferencias individuales. Si los menos atrevidos consiguen adquirir suficiente energía, podrán usar parte en reproducirse. Sean lubinas o carboneros. Y trasmitirán a sus descendientes la parte hereditaria de su comportamiento prudente. Por eso, si la presión de pesca, caza, u otra fuente de mortalidad asociada al hombre es suficientemente importante, podemos esperar cambios progresivos en las poblaciones formadas por los que sobreviven: urogallos más esquivos, osos más nocturnos.

¿Por qué temen menos en determinadas ocasiones? Un determinante a tener siempre en cuenta al estudiar la naturaleza es que la energía disponible no es infinita. Tampoco se transmite eficientemente cadena trófica arriba. La limitación energética implica que la energía que los animales dedican a guardarse de enemigos no la pueden emplear en alimentarse, crecer, defenderse de las enfermedades, o reproducirse. Los terrenos que deciden evitar por precaución pueden albergar fuentes importantes de energía y nutrientes, que dejan entonces de estar accesibles. Es esperable por tanto que cuando perciban menos peligro – o pasen más necesidades – rebajen el nivel de precaución. Es entonces cuando vemos de nuevo a algunos individuos de la población. Los más atrevidos, los más hambrientos, o los resultantes de combinar personalidad y necesidad.

Algunos de esos cambios en el comportamiento animal los tenemos culturalmente interiorizados; los animales deben permanecer “en su hábitat”. Incluso científicos y técnicos usamos términos para identificar individuos que se saltan el confinamiento permanente, antropocénico: hablamos por ejemplo de osos o lobos “habituados”, cuando algunos individuos se dejan ver cerca de asentamientos humanos. Y rápidamente retomamos en esos casos la presión selectiva, tomando medidas contra esos individuos, entre otras cosas porque nos extraña su comportamiento.

Sin embargo esas consideraciones son culturales, no biológicas. ¿Debe un animal salvaje mantener por defecto la distancia a nosotros, y a la vez seguir mereciendo el calificativo? Si dejamos de representar una amenaza, no. Se me viene a la cabeza aquello que escribía Gordon Haber, biólogo excepcional y poco dogmático, tras muchos años estudiando el comportamiento de los lobos en Alaska: el comportamiento inquisitivo alrededor de humanos esta mucho más cerca de lo «natural» y «salvaje» que el miedo y la cautela.

Más allá de consideraciones culturales sobre el comportamiento animal, en las partes más transformadas y habitadas del planeta los animales que quedan permanecen confinados en hábitats donde tienen difícil adquirir suficiente energía para sostenerse. Incluso aquellas reservas que percibimos como grandes logros conservacionistas son poco eficientes, y están sometidas a fuertes presiones. Merece entonces la pena recordar que las poblaciones de animales, con sus individuos más atrevidos y más tímidos, responden al riesgo real o percibido. Especialmente en animales que han sufrido explotación histórica, la presencia humana se percibe peligrosa, por amigable que sea la intención actual. Y tiene costes para el bienestar de esas poblaciones.

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Pandemia de optativas

Mario Quevedo, en Cantabricus
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Comenzaba el día a eso de las 7 de manera poco original, repasando la prensa. Leía por tanto mucho sobre el particular coronavirus que nos ocupa actualmente. Lo diferente esta mañana, y por lo que tecleo ahora, es que me acordaba de una conversación del jueves pasado, por la tarde-noche.

No versaba la charla sobre coronavirus, norovirus, ni siquiera sobre los omnipresentes rhinoviruses, tan arraigados en la cultura popular («cierra esa ventana, fatín, que garramos catarro»*).

Contexto: estábamos algo menos de 40 alumnos y 3 profesores** de prácticas de campo de Ecología, asignatura troncal de 3º del grado en Biología de UniOvi. Como estábamos desplazados en un albergue, tras pasar el día en el campo y procesado los datos, se abren vías de comunicación inusuales en estos tiempos: una alumna se sentó a preguntarnos por las vías futuras. Radical, eh.

Campamento - La BiesconaLa conversación transitó rápidamente a los consejos – ciertamente convergentes – que los dos estudiantes de doctorado y el que suscribe trasladamos a la alumna, acerca de qué es importante y qué es paja o histeria en el momento formativo que ella atraviesa. Y salieron a colación las optativas.

Asignatura optativa quiere decir que te matriculas si quieres, o si te queda hueco en el horario; porque tienes que dejar caer cosas, deprisa, deprisa, que el mercado te llama.

Una optativa del grado en Biología en UniOvi es Virología (Principios y Aplic. de la). El software de este blog de provincias la marca en rojo por debajo, como error ortográfico, no te digo más. Como el nombre sugiere, es la disciplina de la Biología que estudia los virus. Supongo que estará cargada de patógenos, pero infinidad de virus no lo son para nosotros, y desempeñan otras papeles en los ecosistemas.

Otra asignatura optativa de 4º es Ecología Aplicada. La podríamos titular «Y esta castaña de la Ecología para qué sirve», pero somos gente tímida. No la imparto, pero no creo que me suponga mayor discusión con el profe actual la importancia de que incluya un par de sesiones y alguna lectura sobre la ecología de las zoonosis – sí, enfermedades que «saltan» de los animales a los humanos. Como el COVID-19; como el HIV; como el Ébola; como la gripe en su día. «La disrupción ecológica causa emergencia de enfermedades. Sacudes los árboles y caen cosas», escribía Quammen.

Dada la prisa porque el alumnado acumule créditos en 4 cursos, para así estar disponibles para El Mercado (próxima serie hit en streaming), es perfectamente posible salir de Biología sin haber pensado con cierta calma sobre los virus, ni sobre su omnipresencia en los procesos que nos rodean.

¿Cómo dices? ¿Que quieres recortar los grados a 3 años?

Nótese que no escribo sobre adquirir suficiente formación sobre virología, ecología aplicada, o sobre como trazar el reservorio de la última pandemia zoonótica. Para eso hará falta siempre formación específica posterior, y estudiar mucho. Porque mucho es lo que colectivamente ya sabemos. No, escribo sobre dar tiempo al alumnado para decidir qué es importante para su formación; tiempo para pensar y leer, como alternativa a saltar de control y control, como si estuvieran en el cole.

Tiempo para decidir que quieren ser de mayores. O incluso para no decidirlo. 

Notas, referencias
* Si cogéis catarro por abrir la ventana, algún rhinovirus esperaba su oportunidad de replicación sobre vuestras mucosas respiratorias.
2- ** Unos horas antes alguno más; en la práctica estábamos ya esperando para cerrar prematuramente la actividad, tras el anuncio unos horas antes del cierre de docencia presencial desde el viernes.

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Dejad por favor de «promover biodiversidad»

Al menos hasta leer primero en qué consiste eso de la diversidad biológica.

No sé qué pasa; parece que cuando toco un tema en clase, y digo aquello de “fijaros en el tratamiento habitual de tal concepto”, dichos conceptos habitualmente maltratados me presentan en súbita manifa la señal del pajarito.

Ayer tocó tratar en clase biodiversidad, contrastándolo con diversidad funcional, riqueza de especies, y la madre nodriza de todos ellos, diversidad ecológica.

Hoy me topo con una noticia que me llama la atención: tres colmenas de abejas melíferas, mantenidas en el tejado de Notre-Dame de París, sobrevivieron al incendio del año pasado. Prestan las abejas, presta la miel, y presta eso de la ganadería: mantenemos muy cerca y protegidos de las interacciones propias de la vida silvestre a animales seleccionados por su temperamento y tipo de producción. Y usar las vastas superficies de entramado de piedra y madera de los poblamientos humanos para producir alimentos, o para dejar sitio a otros seres vivos, es un avance necesario.

Dice la noticia, en The Guardian:

Las abejas melíferas urbanas, de la variedad Hermano Adam Buckfast, fueron desarrolladas por un monje benedictino en los años 20 por su suave temperamento. Las colmenas de Notre- Dame se instalaron en el techo de la catedral en 2013, como un gesto para promover la biodiversidad.

La diversidad biológica, de la cual el término biodiversidad es un atajo embarrado, comprende el número de especies, sí; pero también la abundancia relativa de cada especie. La equitatividad de la presencia de las distintas especies. Uno de los múltiples índices de diversidad disponibles dice:

índice de Simpson de diversidad ecológica.

En español, la diversidad aumenta con el número de especies, desde 1 hasta S, y aumenta también con el reparto equitativo de individuos entre esas especies.

Imagina una reunión aficionados al fútbol, aunque luego tengas que pasar por una reunión de fuboleros anónimos; dicha reunión está compuesta por diez sufridores del Sporting de Gijón, uno del Oviedo, y uno del Avilés, todos ellos con sus colores distintivos. Imagina ahora otra reunión, en la que hay 4 de cada equipo. La primera reunión incluye algunos valores deseables, pero es mucho menos diversa: los aficionados del Sporting dominarían la función de aficionar en dicha reunión.

A ver dejamos en paz la diversidad biológica, que se las apaña normalmente bien cuando dejamos martillos, motosierras y demás instrumentos GI Joe en el caseto de aperos.

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Reservorio, sumidero, reservorio; solo reservorio (de carbono)

Mario Quevedo, en Cantabricus
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No hace tanto, en mi sesgada percepción del paso del tiempo, escuchaba el sonido de fondo de un telediario. Oía algo así como “al paso del pelotón, el helicóptero de TV reveló la presencia de una plantación de mariguana en una terraza…”.

Seguro que las personas que tenían maría en el ático eran activistas contra la disrupción climática; igual que los que ahora dicen que las plantaciones de eucaliptos son sumideros de carbono. 

Y sí, las plantaciones de mariguana y las de eucaliptos pueden ser cultivos de crecimiento rápido, en los que el CO2 captado en la fotosíntesis supere al liberado en la respiración.

La imagen a continuación resume esa virguería biológica en la que las plantas, de mariguana, de abedul, o de avena silvestre, retiran carbono atmosférico (en verde) para construir tejidos a partir de hidratos de carbono (en rojo).

El crecimiento de las plantas indica entre otras cosas balance positivo de entrada de carbono en la ecuación de arriba. Es por tanto correcto pensar que son sumideros de carbono mientras crecen1.

Anteayer participábamos varias personas del ámbito académico en un coloquio organizado por la Consejería de Ciencia e Innovación de la administración asturiana. Durante el coloquio apareció otro término habitual en esto del carbono que queremos retirar de la atmósfera: reservorio. Es lo mismo que reserva o almacén, eh, pero suena más raro, cool. Al menos una intervención desde el público, puede que dos, asoció eucaliptos con sumideros, al parecer mucho mejores que los reservorios. Porque ante la prisa de la emergencia climática, será mejor retirar rápido, no solo almacenar. Esa viene a ser, entiendo, la idea que traslada el Consejero de Desarrollo Rural en la noticia de arriba.

En el coloquio, los reservorios mencionados eran los bosques maduros; prefiero no obstante usar bosques viejos por mayor precisión en el contexto europeo. Si te trasladas mentalmente a uno, verás quizás a tu alrededor grandes árboles, con troncos de un metro de diámetro o más, y superando los 20 metros de altura. En definitiva, mogollón de madera. Toda esa madera se formó a partir de la formulita de arriba, a partir del carbono – atmosférico en su día – y agua y sales minerales. Y aquel carbono que vagaba por el aire en formato CO2 se ha pasado 350 años secuestrado, reservado, en esos troncos.

Son sumidero y reservorio términos de los nuestros; buenos, meten carbono al bolso, y lo retiran por tanto de la suma que acumula un gas de efecto invernadero en la atmósfera. Son de hecho complementarios: para que un cultivo o bosque reserve debe acumular primero, debe ser primero sumidero. Algunos ámbitos retienen la confusión2,3 de “bosque viejo = mero reservorio”, pero eso queda para otra ocasión.

Volviendo a la mariguana, ¿cual es el uso que se te viene a la cabeza para dicho vegetal? Sí, el mismo que a mí. El sumidero aquel del cultivo de mariguana deja de serlo cuando la tropa se la fuma. El sumidero de carbono de la plantación de Eucalyptus – ese género de plantas nativas de Oceanía, y cultivadas para la producción de papel – deja de serlo cuando ENCE hace lo suyo; cuando recorre la ecuación de arriba de derecha a izquierda, oxidando materia orgánica y emitiendo CO2.

Permitir en un territorio plantaciones de eucaliptos para que una industria papelera haga lo que su nombre indica es una decisión política discutible, pero para eso están los responsables de tomar decisiones. Trasladar al público que plantar eucaliptos es una respuesta a la emergencia climática por ser sumideros de carbono es – en el mejor de los casos – una equivocación llamativa.

Notas, referencias
1- Más allá de los héroes en blanco y negro que cantaba Johnny Cash, las cosas son complejas, y las afirmaciones rápidas y sin números pueden ser engañosas. Por ahí se cuelan las trampas, claro. En los cálculos de retención vs. emisión entran también las partes subterráneas de las plantas, y se combinan escalas temporales varias.
2- Luyssaert S, Schulze E-D, Börner A, et al (2008) Old-growth forests as global carbon sinks. Nature 455:213–215. https://doi.org/10.1038/nature07276.
3- Stephenson NL, Das AJ, Condit R, et al (2014) Rate of tree carbon accumulation increases continuously with tree size. Nature. https://doi.org/10.1038/nature12914

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