El delicado valor de la rareza

Por Mario Quevedo, en Cantabricus

En ecología estudiamos que los predadores, los consumidores en general, cambian de presa o recurso cuando estos escasean. Optimizan así el balance entre la energía adquirida o ahorrada a partir de ese recurso, y la gastada en adquirirlo. Y un concepto equivalente se estudia en economía. A ver, ni siquiera yo recorrería 15 distribuidores para dar con ese malta sencillo concreto, con el gasto de transporte y neuronas que supone, teniendo la posibilidad de ponerme del color de la turba con cualquier otro whisky decente de la tienda del barrio.

Y por recursos podemos entender las presas de una libélula, o de un jaguar; recursos son también las hojas comestibles para un ungulado, o los sitios apropiados para que anide un ave marina en un acantilado, etc. Por tanto, cuando un recurso se hace raro los consumidores cambian de objetivo.

¿Cuando y por qué? Tenderán a buscar recursos alternativos, o a tomar las de Villadiego, cuando el coste de conseguir ese recurso supere al beneficio obtenido de él. Imaginemos un predador, ganándose la vida frente a una población de presas; esos predadores no deberían extinguir a sus presas, se les acabaría la gasolina buscándolas, a medida que se hacen difíciles de encontrar:

equilibrio

El esquema de arriba pretende ilustrar la idea: a medida que disminuye la densidad de una población de presas, el coste de extraer individuos llega a igualar y después a superar al beneficio obtenido; o al valor de los individuos extraídos en el mercado en el caso de una actividad comercial. Y esa combinación tiende a un equilibrio estable, a tamponar la explotación excesiva (flechas naranjas y X).

¿Seguro que funciona así? Pues en muchos casos si, y en otros no. Ay, esa falta de respuestas cortas en la natura…

En las relaciones predador-presa puede haber excepciones puntuales a ese patrón. Pero no va esta entrada de excepciones al patrón natural, sino más bien de anomalías frecuentes, propias de esos predadores peculiares que somos los humanos.

La primera anomalía pasa por desafiar eso de que la rareza del recurso anula la rentabilidad de su explotación. Para los humanos, el valor de algunos recursos aumenta con la rareza; el efecto fetiche. Hay muchos ejemplos, pero uno bastante mediático es pagar lo que haga falta por la genitalia de tal especie -amenazada- con la esperanza de volver a ver al fantasma de la virilidad pasada, mandando de paso a esa especie al mismo reino fantasma. También es verdad que quizá sea mediático en España porque los responsables mayoritarios viven en la otra punta del globo.

En el gráfico: a pesar del incremento del coste de extracción del recurso, el incremento del precio de venta determina que siga siendo rentable la explotación.

desequilibrio

No hay por tanto un equilibrio de fuerzas, y la explotación puede llevar a ese recurso, a esa población, a la extinción (flecha naranja arriba). Sean los tigres y sus testículos, los rinos y sus cuernos; sean, mucho más cerca, los salmones astures, o las angulas. Esta idea, con ejemplos incluidos, la podéis ampliar en un artículo de acceso libre publicado en PLoS Biology [1]. Esta era pues una de las anomalías humanas a la optimización del uso de recursos, el fetiche.

Otra anomalía, llamada explotación oportunista, muestra un principio similar: la rareza no impide la explotación del recurso. Sin embargo el mecanismo es distinto. En este caso la explotación no se debe a la búsqueda de un recurso raro, sino a la desafortunada coincidencia de ese recurso con otros también interesantes, y mucho más comunes, que hacen rentable la búsqueda. Los últimos individuos de una especie previamente explotada no son el objetivo, no serían rentables, pero sí son extraídos alegre y rentablemente en caso de encontrarse en el camino de un recolector dedicado esencialmente a otras especies. Si los fetiches definían el problema anterior, este sería rodearse de victimas.

Podéis ampliar la idea leyendo a los autores de algunos trabajos al respecto, aunque para mi gusto en ese enlace se quedan cortos en el análisis de las soluciones. También es verdad que teniendo en cuenta que se dedican al proceloso mundo de las pesquerías, adivino el nivel de complejidad social al que se asoman.

Y termino. Las razones de haber escrito esta entrada son esencialmente dos; por un lado, me parecen conceptos relevantes en conservación que a mí nadie me contó cuando estudiaba, y así me los aprendo ahora. Y por otro, estas historias relacionadas con la exageración del valor de lo raro me recuerdan, salvando claro las distancias, a otras cada vez más habituales en el contexto de observación de la Naturaleza: la búsqueda de engrosar listas personales de especies con rarezas [2], la necesidad de capturar uno mismo la foto o el vídeo de turno, etc (en este contexto la explotación oportunista suena mejor).

Yo diría que si el objetivo es observar y disfrutar la Naturaleza, será mucho más rentable aprovechar las muchas oportunidades que nos proporcionan las especies más comunes, y las interacciones entre ellas. Disfrutar de aquellas especies e interacciones a las que no hemos llevado todavía al rincón de la rareza.

 

Notas y referencias:

1- Courchamp et al. 2006. Rarity Value and Species Extinction: The Anthropogenic Allee Effect. PLoS Biology 4:e415

2- por definición, el coste de la empresa aumenta cada vez que se añade alguna especie a la lista

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4 respuestas a El delicado valor de la rareza

  1. sara alegre dijo:

    Como siempre que leo aquí refresco ideas o aprendo cosas.
    Te animo a que continues «posteando».

    Sara Alegre

  2. Pingback: Pescando extinciones, o el simio inadaptado | Cantabricus

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