Por Mario Quevedo, en Cantabricus
Hace unos días era noticia un consenso en Asturias [1, 2]. Y eso será bueno; consenso es una palabra amable, comodín.
Pues yo no soy un entusiasta de los consensos: cuando votamos, individualmente, no lo hacemos para elegir una única voz, sino para apoyar un programa que nos representa mejor que otros. Votamos para que los redactores de ese programa nos den una voz entre las demás. Y luego, dice el manual, la mayoría elegida democráticamente marcará el rumbo hasta las próximas elecciones. No dice el manual nada de silenciar el resto de voces; no dice nada de que los minoritarios dejen de existir, ni mucho menos pasen a ser indeseables o ilegítimos. Entonces, y dado que un consenso es según la RAE un “acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos” ¿como puede un consenso seguir dando voz a los que votaron una determinada opción, y no todas las demás?
Así y todo, seguro que se nos ocurren consensos agradables. Uno bueno: consenso educativo para convertir los centros públicos de cualquier nivel en el orgullo nacional, regional, local. No, no hay consenso educativo. Otro consenso interesante blindaría la sanidad pública de calidad, para todos. No hay consenso. Último ejemplo: un consenso que garantice una investigación independiente y bien financiada. No hay consenso. En Asturias, de hecho, no hay plan de investigación; el último se llamaba “2006-2009”.
Pero hay consensos en Asturias: parece que todos los grupos políticos presentes en el parlamento astur aplauden que los cazadores locales maten lobos; eso sí, donde haya exceso de población. No detalla la versión en prensa qué parte del consenso se ocupa de los intereses de las otras voces. No detalla qué son y quién evalúa “excesos de población”. No detalla siquiera qué es un exceso de población para el grupo político al que yo voté en su momento; tampoco para el que votaron los otros. Pero hay consenso. Albricias.
Vaya, un ecologista, simplificará alguien a estas alturas. Porque todo este asunto se suele contar como “un conflicto entre ecologistas y ganaderos”, trasladando implícitamente el mensaje “tranquila, sociedad, ésto no va contigo”. Pues no; para colgarme la etiqueta ecologista tendría que estar por defecto de acuerdo con esa opción política llamada ecologismo, y no estoy dispuesto. Otra posibilidad de simplificación y menosprecio es que tenga el que suscribe un problema con el sector ganadero. Pues tampoco; sólo representa otras voces en este caso.
Mi problema son los que han decidido consensuar semejante basura medioambiental sin preguntarme, de espaldas a cualquier esbozo de respeto por la ciencia y la naturaleza, y de espaldas a cualquier programa político que yo haya podido respaldar.
Enhorabuena, consenso. No nos vemos en las próximas elecciones [3, 4].
Notas y referencias:
[1] Esta entrada es una versión comentada del texto enviado a «Cartas de los lectores de La Nueva España» hace 48 h.
[2] No parece que ningún responsable de medio ambiente del parlamento astur entienda el significado de los términos «democracia» o «servicio público». Entienden bien «secuestro de lo público por lo privado», y lo defienden, todos. En cualquier caso, esta entrada va especialmente dedicada a la rutilante, decepcionante aparición de IU y su representante, dejando claro a quién no representan. Harán después campaña sobre la protección del medio ambiente; la hemeroteca está cargada.
[3] No es esto más que pataleo, terapia, ante la derrota por goleada de la naturaleza ante la ignorancia, los gritos, amenazas y estafas; especialmente en 2012 y 2013. No espero que mejore en 2014; se quemarán más montes, se matarán más animales salvajes sin base científica alguna, y no se «solucionarán los conflictos». Pero las mareas cambian; siempre.
[4] Guardas de medio ambiente de Asturias mataron ayer dos cachorros de lobos en un rendezvous del noroccidente, supongo que buscando añadir prestigio a su profesión, e ilustrando el significado del consenso.
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