Quemar es mala idea

Mario Quevedo, en Cantabricus

El fuego es noticia en la Cornisa Cantábrica en los últimos días de 2015. Es noticia por el número de incendios simultáneos, su cercanía a zonas habitadas, e incluso por desgracias personales. No es noticia porque quemar en el monte sea una novedad. Al contrario, es una práctica habitual por la que han ardido al año en Asturias de 56 a 144 km² de matorral, entre 2008 y 2014 (el 96% de la superficie quemada; datos públicos disponibles en SADEI).

matorral_01En noticias y opiniones acerca de la reciente tormenta de fuego me encuentro distintos puntos de vista, algunos especialmente prevalentes como la falta de medios de prevención y extinción, el despoblamiento rural, o la ordenación del territorio. Como otros problemas de naturaleza socio-económica, éste requiere de todas esas facetas y alguna más para llegar a un diagnóstico correcto, particularmente si la causa mayoritaria de los últimos incendios resulta ser la especulación de cualquier tipo. Sin embargo, apenas encuentro reflexiones
sobre el objetivo de las quemas de matorral, y su efecto a medio y largo plazo. Disciplinas como la ecología, la edafología y la botánica pueden ayudar.

Si el objetivo de una quema de matorral es liberar suelo para obtener pastos y mejorar el rendimiento de la cabaña ganadera, esa forma de gestión acarreará otras consecuencias indeseadas añadidas a los incendios; especialmente en regiones como la vertiente norte de la Cordillera Cantábrica, donde pendientes superiores a 20º son habituales. Quemar vegetación supone provocar una combustión de materia orgánica, en este caso vegetación leñosa no aprovechable por el ganado. Sin embargo esa combustión incluirá también la materia orgánica presente en el suelo, al que aporta consistencia, soporte y nutrientes a través de la actividad de organismos detritívoros y descomponedores. Tras un fuego, el suelo quemado es más susceptible a la erosión, y contiene menos materia orgánica y menos nutrientes; es menos fértil. No creo equivocarme al afirmar que reducir la fertilidad del suelo no se incluye entre los objetivos de la gestión.

Las quemas dirigidas a eliminar un tipo de cubierta vegetal cambian la estructura y composición del suelo, y hay varias razones por las que esa práctica no debería dejar indiferente a nadie. Destaco a continuación algunas particularmente bien documentadas en mi campo de trabajo.

La citada pérdida de fertilidad puede acarrear consecuencias no deseadas. Hay que recordar que bajo el palio de “matorral” y “pasto” incluimos en realidad varias especies de leguminosas, ericáceas y gramíneas. Y las distintas especies tienen distintos óptimos de crecimiento en cuanto a estructura y composición del suelo, y algunas han desarrollado estrategias para competir mejor en suelos pobres en nutrientes. Es particularmente el
caso de las familias de matorrales que incluyen por un lado brezos y arándanos, y por otro escobas, tojos y piornos: son capaces de conseguir nitrógeno en suelos pobres a partir de su asociación con microorganismos. La quema de esos matorrales empobrece progresivamente el suelo y dificulta el asentamiento de otras especies vegetales deseadas.

Por otro lado, la perdida de consistencia del suelo como consecuencia del fuego favorece la erosión, especialmente en zonas húmedas y montañosas. Parte de las partículas inorgánicas son lavadas ladera abajo tras el incendio, y con ellas nutrientes como nitrato, calcio y potasio. Esos materiales terminarán sedimentando en las corrientes que drenan la Cordillera Cantábrica, desde las pequeñas riegas de las zonas altas hasta los ríos más conocidos. Ese aporte de materiales implica mayor presencia de sedimentos finos – mala noticia para las especies fluviales que requieren lechos oxigenados – y mayor concentración de nutrientes. Y ese efecto erosivo es a su vez retroalimentado por la mera pérdida de vegetación leñosa, particularmente eficaz reteniendo el suelo y los nutrientes.

Comenzaba este texto resaltando la complejidad socio-económica del problema “incendios”. Termino destacando que no estamos ante un asunto trivial si perseguimos gestión sostenible de recursos: el cambio de estructura y composición del suelo quemado repetidamente implica cambios permanentes en la capacidad de albergar vegetación, el prestigioso “verde” de Asturias, y puede alterar las características de las corrientes de la cuenca del Cantábrico.

[Texto originalmente escrito para – y publicado en – el entonces diario digital Asturias24]

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