Por Mario Quevedo, en Cantabricus
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Seguramente todos en algún momento arrimamos el ascua a nuestra sardina. A la hora de confrontar ideas, usamos trucos dialécticos para intentar que nuestro punto de vista prevalezca. Un truco habitual consiste en descalificar al adversario por su profesión o condición, sin discutir el argumento presentado; otro es apelar a las emociones sin aportar un argumento. Esos recursos son objeto de estudio en disciplinas como la ética y la lógica, y son por tanto bien conocidos. Sin embargo hay sesgos más sutiles, introducidos al usar como generales términos que pertenecen a contextos concretos. A continuación discuto a modo de ejemplo algún sesgo común en discusiones sobre la gestión del medio ambiente.
La maleza no existe en la naturaleza.
Maleza es – ni más ni menos – un término aplicable a un contexto agrícola, en el que tenemos clara la separación entre el producto deseado y el resto de plantas que crecerán en el mismo terreno (no deseadas por el productor). Una vez abandonado ese contexto, la jerga es incorrecta. Las especies vegetales que crecen en una determina zona no pueden ser categorizadas como malas o buenas; al menos no es posible hacerlo sin incurrir en una mala práctica, ignorando siglos de conocimiento acumulado. Y el uso de maleza será especialmente falaz si pretende transmitir una simplicidad inexistente.
Consideremos cualquier variación de la expresión habitual “el monte está lleno de maleza”. La frase acarrea una toma de postura, pero sin hacerla explícita: a la mayoría nos resultará más sencillo rechazar el mal, y sus derivados. Algo muy parecido ocurre con expresiones como “el monte está sucio”, “el río está sucio”. A no ser que se refieran a la acumulación de plásticos, latas e incluso electrodomésticos, “suciedad” no procede.
Es posible que “maleza” pretenda indicar que en una zona, además de las especies consideradas útiles, abundan especies vegetales que el interlocutor no considera relevantes. Si la frase se refiere a la Cornisa Cantábrica, la “maleza” incluirá un sinfín de plantas herbáceas, algunas de ellas productoras de flores vistosas y otras más discretas. Incluirá también varias especies de mayor porte, incluyendo las difamadas zarzas, y seguramente también los helechos, habituales en la toponimia astur. Incluirá también arbustos y matorrales, es decir especies leñosas de menor porte que los árboles. Y para terminar de distinguir un bosque de un parque o una plantación forestal, abundarán también los árboles muertos, tanto en pie como caídos. Sabremos que estamos en un bosque que merece todo el peso de su nombre si nos cuesta caminar en línea recta unas decenas de metros.
Todos los componentes de la “maleza”, todas esas especies vistosas y discretas, suaves y ásperas, tienen su función en la naturaleza, modulada por la evolución y las interacciones con el resto de especies vegetales y animales. No es posible repasarlas en un texto como este, pero afortunadamente hoy en día no escasea la información veraz para quién quiera acceder a ella. Incluso si el interés principal es buscar una utilidad humana, tendremos información sobre los “servicios de los ecosistemas”. Algunos servicios especialmente celebrados en este contexto podrían ser proporcionar alimento y refugio a los polinizadores de los vegetales
que consumimos, mejorando e incluso garantizando la producción, o a las especies cinegéticas.
Consideremos ahora una formulación alternativa: “el monte del que pretendemos extraer madera contiene mucho sotobosque y obstáculos que dificultarán la extracción”. A partir de esa información podremos discutir si estamos de acuerdo con el uso planteado, o con el modo de llevarlo a cabo; pero discutiremos sabiendo de lo que estamos hablando, sin perder neuronas y confianza en defendernos de trucos. Otro planteamiento posible, especialmente tras los últimos incendios en el norte, podría ser aquello de retirar sotobosque – que no maleza – para apagar mejor los incendios. Debatiríamos también si procede, dónde y cuándo, siendo conscientes de que estaremos retirando componentes del ecosistema forestal; y recordando que la mayoría de los incendios son provocados.
Quizás alguien ojo avizor esté ya criticando este texto, por usar sólo ejemplos utilizados en contextos de explotación de recursos, y no en otros. Vale, al fin y al cabo es natural, todos tenemos sesgos. ¿Quién defiende lo antinatural?
[Texto originalmente escrito para – y publicado en – el entonces diario digital Asturias24]