Mario Quevedo, en Cantabricus
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«En los pinos», In the pines, es un parte del folclore norte-americano. Leo que es una de las canciones con más versiones conocidas, lo cual no es extraño si sabemos que la pieza aparece ya reconocible en la primera mitad del siglo 19. Una de las versiones más recientes, al menos para una aproximación casual como la mía, es la interpretación desgarrada de Kurt Nirvana Cobain, aquel día, desenchufado.
Y es que eso de «en los pinos» suena muchas veces oscuro e incierto como la letra de la canción americana, también aquí en la fachada atlántica de Iberia. Tanto si hablamos de Pinus pinaster como de Pinus sylvestris, suele haber follón.
¿Son esas especies de aŕboles parte del paisaje natural de la Cordillera Cantábrica?
Mi interés en la pregunta se basa en la búsqueda de referencias en conservación y, sobre todo, restauración. Tiene que ver con la idea de naturalidad, entendida como ausencia de influencia humana reseñable, no por caer en falacias o simplificaciones tipo “natural bueno, artificial malo”, sino por parsimonia: naturalidad como convención, método, y primera aproximación a la restauración de ecosistemas1.
Prejuicios por delante: P.sylvestris es un árbol fantástico, al que los nombres comunes no hacen justicia.
Le decimos, entre otras cosas, pino albar en Español, cuando no es particularmente albo; le dicen Scots Pine en inglés, pero ni los pinos son solo de Escocia, ni está esa tierra particularmente sobrada de ellos. Al menos no de individuos viejos y nativos de P. sylvestris. Algo parecido ocurre en La Cantábrica: la inmensa mayoría de las coníferas que verás son plantaciones, esencialmente con vocación maderera. P. sylvestris se incluye entre esas plantaciones, junto a especies obviamente alóctonas como el californiano Pinus radiata, o Pino de Monterrey.
Es cierto también que no siempre es fácil eso de etiquetar como autóctono / alóctono. Para establecer la referencia interna de este texto y no caer en más equívocos de los necesarios, fijaré un primer filtro “nativo” a especies que hayan llegado por sus propios medios al territorio, y puedan contar una historia ecológica – y quizás evolutiva – común a la de otras especies del lugar. Algo así como el primer filtro en la construcción de comunidades ecológicas, si es que aceptamos su existencia. Algunos ejemplos: el león Panthera leo, el reno Rangifer tarandus, y el pino negro Pinus uncinata.
Aplicaré un segundo filtro para delimitar mejor el contexto de discusión: quedan en el conjunto “nativo” aquellas especies cuya extinción local en La Cantábrica haya sido obviamente mediada por la expansión humana. Tras aplicar ese segundo filtro, una especie nativa pero extinta podría ser el lince euroasiático, Lynx lynx2. Un patrón similar habría seguido en su día el Castor Castor fiber, presente de nuevo en el norte de España tras una reintroducción extraoficial, similar a la de varias especies cinegéticas.
Y un tercer y último filtro para definir ese conjunto “nativo”: especies que no han dejado de estar presentes en La Cantábrica desde el final de la última glaciación, sin que en esa permanencia haya mediado aparentemente la mano humana. Pinus sylvestris, por ejemplo.
Contamos con ciencia y técnica para saber cosas sobre la distribución prehistórica de las plantas: una de ellas, el estudio de testigos de sedimento a la búsqueda de polen fósil, junto con la datación química de esos sedimentos. A partir de esos testigos, los paleo-botánicos te dicen si hace 5000 años había polen de pino en la zona de interés. O si lo había hace 500, cuando la historia no se ocupaba todavía de la mayor parte de especies de plantas y animales. Te dicen también qué porcentaje del polen total correspondía a especies arbóreas, y qué porcentaje a herbáceas o matorrales, estableciendo pistas útiles para interpretar si el territorio estaba más o menos cubierto de bosque en un momento concreto de su (pre) historia. Y te dicen también cuándo son patentes los indicios de manipulación humana de la cobertura vegetal, a partir por ejemplo de la presencia notable de cereales. Vamos, que no callan si les das la palabra.
Me tomo la licencia de extraer en la figura a continuación parte de uno de esos estudios3, correspondiente al Pinar de Lillo (1360 m s.n.m, Puerto de las Señales, León; eje de la Cordillera, muy cerca de Asturias):
El eje vertical indica años antes del presente. El horizontal, porcentaje de polen. Los dientes de sierra de relleno negro sólido muestran la presencia y cambio de proporción relativa de dos especies importantes en la zona, antes y ahora: el abedul, Betula pubescens4, y el pino albar Pinus sylvestris. Muestran por tanto un periodo de clara reducción marcada de la proporción de pinos en el Pinar de Lillo entre 800 y 200 años antes del presente, acompañada por un incremento en la proporción de abedules, especie capaz de medrar ante perturbaciones moderadas. Muestran también recuperación gradual posterior del pinar tras el cese de la perturbación, antropogénica en este caso.
El pino albar es nativo de la Cantábrica. Poca duda habrá además de que es una especie relicta, restringida su distribución a un par de localidades. Esa condición “relicta” es consecuencia del cambio gradual de las condiciones climáticas desde la última glaciación, y de la sobre-explotación. Entiendo que de no mediar esa sobre-explotación prehistórica, veríamos pinares de P. sylvestris en algún alto más de La Cordillera5. Eso sí, insisto, en los altos más altos, y con suelos particularmente pobres y ácidos.
Vuelvo al contexto de la restauración ecológica, y a la discusión sobre si repoblar montes con pinos, recurrente por mis lares del noroeste. En una lectura parcial de las opiniones de partidarios de dichas repoblaciones, percibo al menos dos motivaciones: la primera, interés maderero, explícito o velado, por repoblar con una especie de crecimiento rápido en comparación con las frondosas nativas. La segunda motivación estaría basada en urgencias de conservación, y podría usar similares argumentos sobre crecimiento relativamente rápido para incrementar la cobertura forestal en La Cantábrica. No le dedico más texto a las motivaciones de tipo comercial o productivo para pedir más pinos albares en La Cordillera; tendrían que ser discutidas en un contexto de sostenibilidad y ordenación de territorio, no en uno de conservación.
Me interesan más las idea de “pinos y conservación” y “pinos y restauración” en La Cantábrica. Partimos de que la cobertura forestal es inferior a la natural en la Cordillera. El grado de fragmentación de esa cubierta forestal es alto, produciendo un paisaje de grano fino, en el que no hay grandes extensiones de bosque continuo. Tampoco hay grandes extensiones de sus sustitutos tras las perturbaciones, los matorrales de brezos y escobas. Ante esa situación, una opción de restauración frecuentemente repetida es incrementar la superficie forestal y mejorar la conectividad con repoblaciones de especies arbóreas. Algunas opiniones dicen “pinos” como candidatos para esas repoblaciones: te sitúas en un brezal, metes la maquinaria pertinente, y repueblas con juveniles de Pinus sylvestris. Y lo haces porque los pinos albares son nativos en la zona. Quizás lo haces también porque pudiera ser que los pinos crecen rápido, y tienes urgencia de conservación. Suena razonable, pero me suena también cuestionable (cuestionar es saludable, eh, aunque incordie). Que una especie sea nativa en un territorio definido de forma laxa como las zonas altas de La Cantábrica no quiere decir que crezcan en cualquier sitio dentro de ese territorio; mucho menos quiere decir que crezcan mejor o antes que otras especies en ese sitio. Intento explicarme a continuación.
Por un lado y antes de usar dineros públicos en repoblaciones debemos comprobar si existe reclutamiento espontaneo de especies arbóreas nativas. Es el caso de las imágenes que incluyo a continuación: arbolinos jóvenes destacando entre la cubierta de matorral, que a su vez ha crecido tras el fuego o el desbroce.
Si las especies arbóreas nativas son capaces de germinar y crecer (es decir, existe reclutamiento), como es el caso en la mayor parte de las zonas que recuerdo de La Cantábrica, habrá que pensar qué motivación tenemos para repoblar. Hay que recordar que acelerar la cobertura de especies arbóreas no hace necesariamente bosque. Estos son comunidades ecológicas, dependientes y resultantes del tiempo pasado de interacción entre las especies presentes, y las que estuvieron presentes en fases previas. Si hay reclutamiento natural, sabemos que podemos esperar el desarrollo de una comunidad forestal. Que la prisa no estropee lo que ya tienes.
Si no existe reclutamiento, algo impide que el bosque se asiente donde lo esperaríamos. Habrá que cuestionar entonces si el suelo sigue permitiendo el asentamiento de especies arbóreas; si no lo hace, las repoblaciones pueden fallar. Habrá que cuestionar si existe excesivo pastoreo y/o ramoneo, previniendo que las semillas germinadas lleguen a juveniles, alcanzando el tamaño suficiente para resistir el ramoneo. Y habrá que cuestionar cada cuanto le prenden fuego a la zona a repoblar, por razones obvias. Si sobra ramoneo o incendiarios, esos son los problemas a abordar.
Termino, que ya llega. Si tras cuestionar lo cuestionable prevalece la necesidad de repoblar con especies nativas, el que suscribe cuestiona la oportunidad de repoblar con pino albar. Por un lado, lo que sabemos de los pinares relictos de Pinus sylvestris, así como aquellos extintos localmente, es que en La Cantábrica son comunidades propias de fases tardías de la sucesión ecológica: los pinos aparecerían en zonas altas, menos atlánticas, en suelos ácidos, y acompañadas de determinadas condiciones de la comunidad forestal. No los vemos, no los he visto, en las etapas iniciales de la sucesión secundaria del bosque cantábrico. No los he visto reclutando en las vegas en las que ya no hay tanto pastoreo, o entre las Erica de grandas mil veces quemadas. Sí veo con especial frecuencia en esas condiciones abedules y rebollos (Quercus pyrenaica). El primero es un árbol particularmente tolerante a las perturbaciones de intensidad moderada, y un buen colonizador, impulsado por sus semillas frugales y ligeras. Por eso lo vemos cerca de las zonas humanizadas, y en las orlas supraforestales, donde otras especies ya aprietan los dientes. El segundo es capaz de crecer en las zonas que han soportado quemas repetidas.
Qué la prisa no descarte la historia natural.
Notas, referencias:
[1] Ejemplo: si los abedules colonizan naturalmente bien tras la perturbación en un territorio determinado, pueden naturalmente ser usados como elementos de restauración pasiva, o no intensiva. Habrá otras circunstancias en las que las aproximaciones más sencillas no sean posibles o convenientes.
[2] Clavero M, Delibes M (2013) Using historical accounts to set conservation baselines: the case of Lynx species in Spain. Biodivers Conserv 22:1691–1702.
[3] García Antón M et al (1997) New data concerning the evolution of the vegetation in Lillo pinewood (Leon, Spain). Journal of Biogeography 24:929–934.
Una revisión reciente recopila esos y otros muchos datos paleobotánicos: Carrión J (ed) (2015) Cinco millones de años de cambio florístico y vegetal en la Península Ibérica e Islas Baleares. Ministerio de Economía y Competitividad.
[4] Hay otras interpretaciones posibles para el nombre científico de los abedules cantábricos (e.g. Betula alba), e incluso para su identidad específica (Betula celtiberica).
[5] Rubiales JM et al.(2008) The Late Holocene extinction of Pinus sylvestris in the western Cantabrian Range (Spain). Journal of Biogeography 35:1840–1850.