No hace mucho asistíamos en Asturies, epicentro del norte donde nada está claro, a la enésima reedición de la discusión “qué hábitat es más diverso”. Concretamente la polémica giró alrededor de los “prados de siega”, y su “biodiversidad”.
Las comillas se deben a que ambos conceptos contienen mucho más de lo que enseñan.
No, digo mal. En realidad no leí nada sobre la riqueza de especies propia de ningún hábitat. Tampoco leí nada concreto sobre la especial historia natural de lo discutido. Solo el típico atajo de que hay que conservar un hábitat fruto del manejo – es decir de perturbaciones antrópicas frecuentes – porque es “muy biodiverso”. En este caso las amenazas a ese hábitat tan biodiverso no parecían venir de la disrupción climática, ni de los modelos socio-económicos adversos; venían como manda la tradición astur de la maleza, que se come la bueneza. Ese ese un pensamiento muy normal, de esos que a nada que te descuides te dejan en el extremo de la distribución. Te dejan radical.
Es este un tema recurrente en el Norte, al menos. Y no lo vamos a cambiar fácilmente. Hace ya bien de años, me invitaban a dar una charla en una reunión de bichólogos, en un espacio protegido. La charla tenía que ser una especie de presentación de lo que dichos bichólogos podrían esperar de los hábitats del espacio protegido. Pero como yo daba la charla en modo “difusión por amistad, gracias”, hablé de más cosas. El caso es que uno de los asistentes, si no recuerdo mal responsable de conservación en la administración astur, me dijo aquello de que “lo que está en peligro son los praos, no los bosques”. Y me lo dijo seguramente convencido de que no había oído nunca el argumento, y necesitaba una epifanía que me bajase de la dichosa torre de marfil. Y me lo dijo tras mostrar en mi charla la magra cobertura forestal remanente en el espacio protegido.
Dejo a continuación, y que los gurús del copirrait me perdonen, una tabla que resume lo que sabemos colectivamente (i.e., ciencia) sobre la dinámica de los ecosistemas, ese proceso de cambio constante de los hábitats naturales que en ecología llamamos sucesión. Es verdad que también hace bien de años un presunto y conocido zoólogo comentó un texto mio con algo como «eso de la sucesión está muy superao, ¿no?». Sí, casi tanto como «evolución», al parecer.

Después de repasar eso que sabemos colectivamente podemos volver a discutir sobre riqueza de especies. Biodiversidad es un concierto demasiado vago para ser útil. Podemos discutir sobre sucesión ecológica, hábitats primarios, secundarios, fases tardías, tempranas. Podemos discutir si, quizás, la supresión de ciertas perturbaciones naturales conlleva que determinados hábitats sean más raros de lo esperable. Incluso podemos volver a pedir que las administraciones se ocupen de medir y seguir en el tiempo esa riqueza de especies. Digo, para tener algo que discutir al salir del chigre.
Nada más lejos de mi intención que añadir problemas a los hábitats secundarios o paisajes culturales que tantos quieren (queremos) conservar. Bastaría con llamar a las cosas por su nombre, y decir que los queremos conservar porque nos gustan, porque nos pagan, o porque nos da la gana. En ese caso discreparemos a veces sobre la oportunidad de insistir o no en esa conservación. Pero no mentaríamos diversidad de especies en vano, evitando así contribuir a la apabullante desinformación que nos rodea.
Totalmente de acuerdo. La lucha contra las moras zarzales y demas maleza dañina es una cinstante en Cantabria. Nada se hace por ejemplo por eñ castaño autøctono. Enfermo por una plaga desde hace años. Cero presupuesto ambiente y matanzas en cupo de lobos ya auguradas por Revilla
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Espléndido como siempre, menos hipocresía y llamar a las cosas por su nombre sin vender motos , legitimo defender medios antropicos pero porque nos interesa o nos son rentables no por incrementar biodiversidad que ye falacia pura
Lamentablemente, no es sólo un discurso de Asturias. Pero lo más curioso de todo, es la consulta de todos los planes de gestión de espacios naturales de la «famosa» y cacareada «Red Natura 2000», esa en la que los mismos que se hacen la foto del pajarito luego miran hacia otro lado cuando autorizan controles poblacionales de las especies salvajes que las conforman, como lobos y otra fauna incómoda. Los resultados del estado de conservación de hábitats de interés comunitario, tanto pastizales como hábitats forestales, son indecentes. Se encuentran en un estado de conservación «desfavorable», por la presencia de factores humanos actuales, en particular, por la intensificación de la presión ganadera, y por factores humanos recientes consecuencia de manejos pasados. Es decir, biodiversidad, cultural o no cultural, amenazada por actividades humanas que nos meten hasta en la sopa estamentos administrativos y discursos dogmáticos sin contraste alguno. Actividades humanas nada beneficiosas para la biodiversidad y cuyo abandonono supone una tragedia, sino una oportunidad. ¡Viva la España vaciada, viva la foresta abandonada de usos y actividades agroganaderas!
Cualquier ciudadano del resto del mundo alucina con los discursos pro-hábitats secundarios y producto de degradación de etapas sucesionales de orden mayor. De hecho, numerosos ciudadanos estadounidenses, mexicanos, australianos, etc. me confesaban la demagogia y falacias en términos de biodiversidad que les metíamos en sus visitas por España, sobre las bondades para la biodiversidad del manejo humano perpetuo y «tradicional» (pero revestido con euros y tecnología del s. XXI -desbrozadoras, retro-arañas-, cargas ganaderas perennes por doquier, caza, etc.) de ecosistemas y de Espacios Naturales Protegidos. Esos ciudadanos, en privado, me decían que mientras en el mundo prima la conservación de espacios con hábitats sometidos a las mínimas intervenciones y se abogaba por la evolución de hábitats secundarios y terciarios hacia primarios, porque esa ha de ser la meta de conservación -y más en términos de biodiversidad máxima o éticos- nosotros abogábamos por la conservación estática de dichos hábitats con costes (externalizados o internalizados) elevadísimos, con enormes repercusiones, pero lo que era peor, lo hacíamos dando más valor que a los propios hábitats naturales y con vocación primaria. Me decían que esa altanería sólo estaba al alcance de ciudadanos de territorios con una elevada disposición de hábitats naturales y «primarios», lo cual ya no sucede en casi cualquier lugar del mundo. Lamentablemente, en sus viajes por España, y con su conocimiento, ya se percataban que hasta las joyas de la corona de la conservación distaban mucho de ser siquiera modelos de conservación. Y al finan acababan confesándome que el problema radicaba en las ayudas perversas disfrazadas de «conservación», porque la «conservación pasiva» y la recuperación hacia las etapas de máxima biodiversidad es antagónica con el nivel de intervencionismo en hábitats naturales sin manejo (bucle pasta-manejo-hábitats de menor valor). Algunos, para más inri, también sufrimos las incoherencias argumentales del discurso en la academia (de catedráticos y ex presidentes de SEOBirdLife, etc.) acerca de que la matorralización era un problema severo de conservación para la fauna salvaje y la Cordillera Cantábrica (sic), precisamente en el hábitat de Europa más deforestado donde osos pardos, urogallos, etc. aún pervivían (y perviven), tomando sus propias palabras. Ya se adaptarán.