Por Mario Quevedo, en Cantabricus
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Y en el título faltaría la dimisión, o la moción de censura. Y en un subtítulo podría faltar también la chorrada esa de las botas frente a las batas en las juntas de facultad de Biología; o las veleidades antropocéntricas tipo «somos el centro de la creación».
Por partes: ¿cuál es la conexión entre animales domésticos como los cerdos, animales salvajes con mala prensa como los murciélagos, y tu centro de salud? La mejor de las respuestas posibles es «ninguna». Y así ha sido la mayor parte de tiempo. La peor de las respuestas posibles es pandemia. Alguna ha habido, y alguna habrá.
Esta entrada discurre entre la ecología y la virología. Claro que de la segunda sé muy poco; tampoco se trata de que domine la primera, pero al menos tengo algún libro. La conexión existe, conocida y escrita desde hace tiempo en potentes informes, respaldados y compilados por la World Health Organization (WHO), entre otros. También los escritores científicos (science writers) abundantes en el mundo anglosajón producen vías de entrada amables a esa conexión; véase por ejemplo la labor de Carl Zimmer, o uno de los trabajos recientes del gran David Quammen: Spillover
Spillover es la conexión; el proceso por el cual una enfermedad animal llega a ser una enfermedad humana (no me sé el término español). Seguramente no solemos pensar mucho en ello: cada especie tiene esencialmente sus enfermedades, especializaciones en la historia evolutiva de los patógenos (virus, bacterias, hongos etc.) y sus enemigos de los sistemas inmunitarios (acuérdate, precisamente contra el sistema inmune está equipado el VIH). Mayormente, tu perro no te transmite sus males; y si lo hace, no te enteras y por tanto no son males para ti. Y viceversa, claro. Pero los patógenos, como el resto de especies, cambian. Y algunos de esos cambios, muy pocos, les permitirán pasar del paisano al perro. Del murciélago al cerdo, y de este al paisano.
Saltos inter-específicos de patógenos, spillover. Un bicho que vivía de forma cuasi-asintomática en unos macacos, gracias a una determinada e infrecuente mutación en su material genético, cambia y es ahora capaz de causar una enfermedad en humanos. Zoonosis les decimos a los males que nos llegan desde los animales. Humanosis, dirán los murciélagos, entre membranosos aleteos e insultos.
Ahora bien, ¿cómo nos infectamos con patógenos de chimpancé? Una vía sería comiéndonos un chimp enfermo. Sí, manín, eso ocurre. Otra vía sería importar miles de macacos desde su selva natal a centros de experimentación animal en tu ciudad natal, experimentando con ellos, y cometiendo un error (aunque los casos de spillover de ese tipo suelen quedar confinados a esos centros). Eso también ocurre. Otra: un ecoturista de Madrid vuela a un destino exótico donde visita la Cueva de los Murciélagos; resbala y cae al suelo; no pasa nada, es turismo activo. El suelo soporta mierda de murciélago, claro. El ecoturista activo come un bocata. El ecoturista vuela de vuelta, todavía asintomático. Sí, ocurre. Más vías: esa granja con 10000 cerdos hacinados, comiendo lo mismo y respirando lo mismo, gestionados por los mismos operarios, que también respiran lo mismo. Ocurre.
Entonces tienes patógenos, tienes animales salvajes y domésticos, y tienes interacciones. Entra por tanto la ecología. Y entra aquí un artículo reciente, de libre acceso, que explica esas conexiones con rigor y estilo: Ecological dynamics of emerging bat virus spillover, de Plowright et al., en Proceedings of the Royal Society of London B: Biological Sciences. En ese artículo, y en los libros de Zimmer o Quammen hay mucha historia, que recomiendo leer para comprender mejor que la división entre naturaleza y hombre es artificial; que la división entre animales no humanos y humanos es tenue, no más que una construcción cultural. Aquí sólo destaco alguna cosa que me llama más la atención, que creo entender mejor.
Una condición esencial para que se produzca un spillover y la consecuente zoonosis, es que exista contacto entre humanos y animales. Muchos de esos contactos son antiguos, atemperados por la coevolución. La bronca viene de los nuevos contactos, aquellos que tienen lugar porque penetramos en el entorno de un bicho que hasta entonces no nos tenía al alcance. La deforestación de las selvas tropicales, y la expansión de personas y animales domésticos por los restos, está proporcionando muchos de esos contactos. Los mangos manchados de saliva de murciélagos de las frutas no solían estar al alcance de los caballos. Y ese es sólo un ejemplo posible. Esos bichos nuevos llevan ventaja; nuestro sistema inmune no es capaz de lidiar con ellos eficientemente. Piensa en enfermedades de origen animal con alta letalidad. Piensa, si quieres, en el ébola.
Otra condición esencial es que el bicho que infectaba animales cambie, y pueda infectar personas. Aquí es donde echas mano de los conceptos aquellos de evolución, adaptación, selección natural, etc. Ahora es cuando vas al cole de los niños a asegurarte de que el temario y horario incluyen ciencias naturales y evolución, y de que las lúbricas fantasías de este o aquel ministro, de aquella o esta consejera, no dejan una sociedad menos capaz. Que cambie el patógeno, decía. Que una mutación en su material genético permita codificar una proteína ligeramente distinta a la precedente, y ésta a su vez permita el anclaje del patógeno a las células de las vías respiratorias humanas, por ejemplo. Bum, no me tosas vaca, que me infectas. Recuerda, el materia genético (ADN en nuestro caso) es una secuencia variable de sólo 4 moléculas repetidas, ATGCCGTATACGCTAG etc. Tal o cual secuencia es interpretada en las células para producir proteínas, con ésta o aquella función. Si una mutación cambia la secuencia del material genético lo más frecuente es que la proteína no funcione. Culo de saco. Stop. Pero de vez en cuando el resultado es un cambio beneficioso en la proteína.
Beneficioso en este caso es pernicioso, que el que gana es el bicho.
Ahora bien, dirás con razón que la evolución es lenta, que las especies cambian despacio. Cierto, e incierto. Aquellas especies equipadas con ADN como material genético, como tú y yo, los cerdos, y el meningococo, cambian despacio. Entre otras cosas porque tienen mecanismos moleculares que reparan las mutaciones y errores en el ADN. Existen no obstante algunos bichos cuyo material genético no es el célebre ADN, sino su primo el ARN. Sin tirar demasiado de pipetas, ese material genético alternativo es más simple, y no cuenta con los mecanismos de autoreparación mencionados antes. Errores y mutaciones = cambios. Muchos cambios defectuosos, algunos ventajosos. Ventajosos al menos para esos ARN virus, los bichos.
Si aguantaste hasta aquí no te sorprenderá leer que a los que nos cuidan de esos eventos les pone especialmente nerviosos la posibilidad de una zoonosis vírica, protagonizada por un ARN virus. Te sonarán ébola, hepatitis C, SARS… otros afortunadamente, no. Y otros muchos, aunque existen, no los conoceremos nunca.
Terminando, con más conexiones. La mera existencia de un patógeno capaz de saltar entre especies no implica que la conexión entre los cerdos y tu centro de salud suponga una pandemia. Hace falta además que tanto el patógeno como su ecosistema (y aquí entran las granjas, las ciudades, los aviones de un sitio a otro…) permitan una tasa reproductiva neta R0 alta. Si estudiaste ecología, es probable que te suene el término, importante en demografía, que mide el número de descendientes por individuo original. Es importante también en epidemiología, y su significado es equivalente: número de infectados producidos por cada infectado original. Es decir, la capacidad de la enfermedad de preparar una chapuza seria.
Como elocuentemente escribe Quammen en Spillover:
We shake the trees, figuratively and literally, and things fall out
No parece fácil a corto plazo disminuir la frecuencia de spillover; hacen falta cambios socio-políticos masivos. Mucho más cercano, al alcance de los que leemos blogs, es exigir mejor inversión en ciencia, educación y salud pública. Exigir prevención y preparación.